Hacia la cuarta temporada Lost ya había cambiado un poco: sabíamos que al menos algunos podrían salir de la isla, la trama avanzaba de forma mucho más veloz, habían cada vez menos momentos relajados para los personajes. Además, las ansias de respuestas se hacían cada vez más angustiante al saber que a la serie terminaría en exactamente tres años. Pero cada cierto tiempo –entre tanto juego de guión con el tiempo y el espacio- los guionistas se deban en lujo de recordar la temática básica de la serie: gente perdida en una isla extraña. Y una de las cosas que no puede hacer un hombre cuando se encuentra en una isla es mirar el baseball. A menos que Los Otros se lo permitan.
El resto y el video después del salto...
Ahí entra Jack, el líder, un hombre simple y en ocasiones bastante molesto. Supongo que esto era porque Jack realmente ODIA la isla con todas sus tripas, la misma isla que uno como espectador amó y visitó semana a semana. Jack se sentía más incomodo que nadie en ese lugar, y no tenía ninguna disposición a entrar en su jueguito como lo hacía Locke. En fondo, era el más perdido de los perdidos, y no es de extrañar que fuera el protagonista.
No es raro que siendo Jack como es, al entablar una conversación con alguien del exterior, en The Economist, se refiera al único misterio de la isla que realmente le interesa: ¿Es verdad que los Red Sox ganaron el campeonato? Lapidus le da entender que sí, y que no le alegra mucho porque él apoya a los Yankees. Nuestro protagonista sufre por no poder ver un juego hace más de 100 días.
Los Red Sox son realmente importantes para él. Son un recuerdo de la vida fuera de la isla, es un gusto en común con su padre y con su hijo imaginario, David. Y eso que ni siquiera es de Boston. Permitiéndome un poco de sobre-análisis: Si consideramos que Jack es fanático de un equipo que no ha ganado la Serie Mundial en más de 80 años, ¿es tan raro que finalmente se convirtiera en un hombre de fe?